miércoles, 4 de agosto de 2010

Adiós






12:00am. Calles muy concurridas, cientos de ojos mirando fijamente al mismo lugar. Sol y brisa, brisa de verano, metiéndose por dentro de su camiseta y haciéndole cosquillas. Él no podía parar de sonreír.

Él, el receptor de todas esas miradas indiscretas, el que miraba a su alrededor disfrutando de todos los transeúntes que ahora estaban parados señalando en su dirección, el que era el centro de atención aquella preciosa mañana de verano. Aquel al que los coches pitaban de forma malhumorada, aquel al que los conductores gritaban palabras no muy amistosas, aquel que iba por el medio de la carretera sin mirar siquiera si algún vehículo iba en su dirección, aquel al que los coches tenían que esquivar con un rápido giro de volante.
A pesar de lo cotilla y cascarrabias que era la gente de aquella ciudad, a pesar de ser insultado a gritos, a pesar de que todos estaban pendientes de lo que hacía, él era feliz. ¿El motivo de esa felicidad? Sin duda, su mente. Esa que, mientras volvía a casa cabizbajo y deprimido, tuvo una idea sorprendente: ese iba a ser el día al revés. La gente triste estaría contenta, los globos de helio se pegarían al suelo impidiendo que a los niños se les escaparan, el medio ambiente estropearía los coches y las papeleras ensuciarían a las personas.
Muy a su pesar, no podía cambiar el día de los demás, pero había decidido cambiar el suyo, o, al menos, intentarlo. Ese era el motivo por el cual ahora se encontraba caminando hacia atrás por la mitad de la carretera de la Calle Principal, con la sonrisa más amplia que jamás se atrevió a esbozar pintada en su cara, y con un gran brillo de entusiasmo en los ojos. Sabía lo que quería, y no se iba a detener por muchos gritos o burlas que la gente se atreviera a dirigirle. 
Tenía todo bien ordenado dentro de su cabeza, y, cuando llegó, recogió un ramo de rosas del suelo y llamó al timbre. Abrió ella, cabizbaja y con los ojos rojos, escena que pronto cambió al visualizar la sonrisa que la había enamorado y ese ramo que, horas antes, ella había rechazado y pisoteado. Aunque no lo hubieran pactado, ambos sabían que, hacía una hora, ese se había convertido en el día al revés, y es que ambos estaban conectados, por lo que no es de extrañar lo que sucedió después.
- Adiós - Susurró él, sin perder la sonrisa, antes de besarla y cruzar la puerta de entrada, la cual se cerró a sus espaldas.